domingo, 29 de marzo de 2009

ÚLTIMA COLUMNA

SOBRE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Mauro Cerbino mcerbino@telegrafo.com.ec

De modo casi cíclico se habla de libertad de expresión, aunque en los últimos años se lo hace de modo permanente. Esto se debe a que se relaciona la libertad de expresión con la acción de los gobiernos, los cuales son llamados en causa sea para que garanticen el respeto de esa libertad, sea porque son considerados los primeros en atentar contra ella. En el fondo de la cuestión se halla un gigantesco malentendido, del cual no sabría decir si es producido por mala fe o por ignorancia. Dado que son los medios los que levantan la bandera de la libertad de expresión, estos tendrían que entender que lo que reclaman es por la libertad de información. Estas libertades no sólo no son la misma cosa, son más bien opuestas. La libertad de expresarse tiene que ver con el derecho a emitir una opinión, un gesto o cualquier otro contenido (una pintura o un graffiti o lo que sea) de modo público, con expresar una visión personal públicamente. ¿Tiene límites el ejercicio de esa libertad? Claro que sí. Algunos los establece la ley (no se puede bofetear a alguien sin correr el riesgo de una sanción) y otros la moral (no se debe insultar a alguien porque está mal). Como sabemos la noción de derechos remite inexorablemente a la de deberes.

¿Cuáles son los deberes que permiten el ejercicio del derecho de expresión? Estos también tienen que ver con la ley: el estado debe garantizar por ejemplo que ninguna discriminación por identidad sexual, raza, lengua, etc. merme la libertad de expresarse. Y con la moral: es de buena crianza dejar hablar al otro, respetarlo en lo que quiere decir.La libertad de información es la posibilidad de difundir contenidos que, aunque no comprobables, tienen una característica especial que marca la diferencia respecto del “simple” expresarse. Esta característica se llama responsabilidad. Poner a circular contenidos bajo la lógica de la información – que es lo que hacen los medios – significa que el que emite esos contenidos se hace responsable del proceso con el que ha tenido que cumplir – seleccionar fuentes, consultar más información, observar, entrevistar – que hace que sea esa información y no otra la que finalmente formaliza y emite. Cierto es que cuando nos expresamos también asumimos una responsabilidad. Sin embargo, su naturaleza es muy distinta a la responsabilidad de la información porque tiene que ver con nuestro compromiso de que lo que decimos guarde una directa relación con nuestros convencimientos. Si mentimos sabremos atenernos a las consecuencias de ese gesto, que además no siempre serán negativas. La responsabilidad de la información, que es social e involucra a la colectividad, debe garantizar que no se pueda decir cualquier cosa o decir algo que vaya en contra del bien común por defender intereses particulares. Así, la libertad de información o de prensa se parece más (cada vez más) a un deber antes que a un derecho, aquel que obliga éticamente a los periodistas a asumir la responsabilidad, en primera persona y en nombre del medio, que implica la puesta en circulación de contenidos públicos relevantes, y que son tales porque afectan la vida de todos.

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